miércoles, 6 de enero de 2010

El egipcio

Consiguió el trabajo por el viejo, que era amigo desde hacía tiempo de uno de los empleados más antiguos de la empresa. Vendían maquinaria agrícola. Toda su labor consistía en salir en la moto o en la camioneta del negocio a comprar algún repuesto que un cliente necesitara con urgencia y que en ese momento no tuvieran, o en comprar cosas para el negocio mismo, como la comida del almuerzo o cualquier otra diligencia que se presentara. Muchas veces también, ayudaba a los otros empleados a llenar papeles. La mayoría de ellos le tomaron cariño rápidamente, inclusive el jefe, que era uno de los que más conversación le daba.

Le gustaba mucho manejar, sobre todo cuando le daban la camioneta, aunque también le divertía ayudar con los papeles. Pero su letra era verdaderamente espantosa. Jeroglífica. Nadie la entendía y se revolcaban de risa en el intento. Lo empezaron a apodar por eso: el egipcio. No representaba al cielo en forma de una vaca colosal subida al pedestal de la tierra con la vista a Occidente ni consideraba que el demiurgo había hecho surgir todo del caos inicial, creando de una misma sustancia a dioses y hombres. Sólo que su letra era indescifrable. Era una sucesión de rulos temblorosos amontonados que invadían mutuamente sus lugares. Una letra sobre otra. Es cierto, hay caligrafías que carecen de arte u armonía pero que en definitiva resultan legibles. La del egipcio era una degeneración total, doblemente mala, porque era desastrosa y tampoco se la entendía ni un poco. Como una mujer que no satisfecha con ser fea, es aburrida además. La ortografía tampoco ayudaba en el proceso de decodificación; era pésima.

El día del asalto, en el momento en que los ladrones entraron, él estaba fuera haciendo unas compras. Pero regresó promediando el crimen y cayó en cuenta de la situación cuando ya estaba dentro del galpón-oficina de la empresa a la vista de todos. Cometió la torpeza de intentar escapar y las dos únicas balas que se dispararon esa mañana fueron a parar a su cuerpo. Una en la nuca y la otra en la espalda, destruyéndole el pulmón izquierdo. Uno de los ladrones, no el que disparó, corrió el cuerpo desangrándose un poco más adentro, cerró el portón y empezó a insultar y amenazar al resto de los empleados. El charco de sangre asomaba hacia fuera por debajo del portón, como para que la policía no pudiera decir que había tardado en localizar el lugar.

A pesar de estar nerviosos en extremo y más apurados, los ladrones sólo repartieron algunos puntapiés al contador que seguía en el piso y más insultos y amenazas. Sabían que todo estaba casi perdido. La comisaría estaba a tres cuadras. Cinco minutos después de los disparos llegó la policía. Un cliente que en el momento del ingreso de los ladrones se hallaba detrás de una repisa con repuestos cerca de la entrada era quien había alertado a la ley después de salir del local a la espalda de los delincuentes. Se entregaron media hora después. Amenazaron con empezar un tiroteo, con tomar rehenes; pero finalmente se entregaron sin violencia.

Más de la mitad del sepelio y del entierro se pagaron con plata de la empresa y todos los empleados fueron a la sala de recepción y al cementerio con excepción del contador que había terminado con una costilla rota por las patadas y se le había recomendado reposo. Mandó, de todos modos, un hermoso arreglo floral. En la lápida se podía leer el nombre del egipcio y debajo el año de su nacimiento y el que estaba transcurriendo.

El chico que, dos semanas después, contrataron en reemplazo del egipcio era un par de años mayor y trabajaba correctamente. Y su letra era más que decente. La palma de su mano revelaba que tendría una larga vida.

2 comentarios:

Hernan dijo...

te acordás del baile del egipcio?






verif. de la palabra: xingdows
extraña, no?

autor dijo...

¿El baile que hacías en "coyote"? sí, me acuerdo.

Éste también es un texto viejo. No me gusta mucho, pero tiene un poder: hace que la gente después sueñe con el egipcio. Bah, a dos ex novias les pasó.

Y no, no habla de la inseguridad.