jueves, 31 de diciembre de 2009

Pronóstico en tiempo suplementario


“A ella no se le puede dominar por medio de la conversación.
La ausencia es la única arma posible contra el supremo arsenal de su cuerpo.”
Leonard Cohen.

En un par de meses todos vamos a estar con máscaras en las caras y va a ser mejor, porque de paso van a ocultar las llagas producidas por los primeros gases sorpresivos. Todo el tiempo va a ser de noche y va a haber una leve neblina verdosa. Los diarios y la televisión van a tener el ánimo por el piso. El luto por los muertos va a durar poco porque ese dolor va a ser la norma. Pero en unos seis meses toda va a ser igual. Igual en el sentido de que vamos a realizar las mismas actividades, o casi las mismas, de antes. Vamos a volver a los bares y las fiestas y a otras reuniones sociales. Pero eso sí mi amor, vas a tener que olvidarte de los asados.

El tema es que seguramente te preguntarás como voy a hacer para reconocerte entre tanta oscuridad, neblina y máscaras, ¿cierto? Básicamente por tu cola, ese señuelo que siempre va a estar en alto, como símbolo de paz tal vez. Casi todas las banderas del mundo estarán a media asta pero tu cola va a estar bien arriba y grande, incolumne, nada la va a detener, ni la acción de los gases, ni las dietas impuestas por el gobierno para racionar el alimento, ni ningún tipo de virus ni bacteria. Lo extraño es que vas a seguir sin hablarme. Vas a ser más reservada e indiferente conmigo que antes, pero nada va a poder con tu cola. ¿Cómo vas a reconocerme si por esas cosas querés encontrarme?. Fácil también. Voy a ser el chico que toma su cerveza en la barra. El chico de gorra roja que sonríe sólo de tanto en tanto.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Cortos

Cortos imaginados en la dentista bajo una fuerte dosis de anestesia:
(escritos a las apuradas y en el mismo estado al volver a casa)


1) Un pareja a punto de casarse va de visita a lña casa de un tipo tenebroso pero robusto que sonrie todo el tiempo durante la cena de biebnvenida.. La parejita duerme en cuartos separados. Por la noche un hombre se inmiscuye en el cuarto de la señorita y comienza a hacerle caricias mientras ella est´ña acostada en la cama. Ella cree, que es gregory, su prometido. Después de tocar y besar aquí y allí, la hace acabar con un cunnilingus. En eso entra gregory y descubren la situación; el hombre bajo las sábanas es nada más y nada menos que el conde drácula. ¡Oh! ¡Escándalo! Tiene la bombacha de la chica en la cabeza. Se convierte en “murciélago”, pero con la bombacha no ve nada y apenas puede volar. Gregory lo agarra a escobazos pero logra huir. Ala mañana siguiente, durante el desayuno le relatan lo sucedido al dueño de casa que incrédulo, rompe en carcajadas. FIN

2) Un científico gay regentea un boliche gay. Está en busca de una nueva atracción. Se le ocurre que esta puede ser una gran planta carnívora que danza en el centro de la pista. Después de mucho experimentar lo logra. Gran inaugruración, gays en cuero y eso. Música electrónica al mango. Entre cuatro y cuatro y media d ela mañana la planta se los morfa a todos. Peor masacre que la del salón en beowulf. FIN

3) Un jockey cuida de su caballo campeón. Lo acaricia, le da alfalfa. Es un esqueleto, una calavera de caballo (podemos conseguir un traje negro con los huesos blancos pintados) Un maloso onda pier no delliuna, se escabulle por los establos por la noche y le da un bife para que coma. A la mañana siguiente, el día de la grabn competencia, el jockey va al establo para preparar al campeón. SE encuentra que está “gordito” hehco un caballo de verdad. No importa, lo mismo puede ganar el gran premio. Durante la carrera ve que va perdiendo terreno, así que comienza a arrancarse pedazos de casrne de su propio cuerpo. El final es muy parejo, hay que esperar la foografía FIN. El resultado de la carrera no hace a la historia. FIN.

4) Un tipo se enamora perdidamente de un lago. Navega en él, alimenta a sus patos, obnserva los renacuajos d ela orilla. Todo entre suspiros. Agarra un gran frasco de aceitunas (aunque todo ocurra en el sur-oeste americano, y todos sabemos que no hay aceitunas en EEUU) y klo llena con un poco de agua del lago. Lleva el frasco al cine (al cinema), a la feria (de carney carnival). La ley no entiende su amor; es detenido y condenado a la silla. Parece que además del cine y la feria, habían baños en bolas y eyaculaciones diarias dentro. La historia habla de los límites del Estado y los derechos civiles.FIN

5) Los reyes son reyes no por mandato divino, o por pertenecer a una dinastía, sino porque son los que mejor cuentan chistes. Un rey le declara la guerra a otro. El reino de cada uno está en juego. Se la pasan los días previos buscando chistes por Internet. El día del desafío al escucharse mutuamente, descubren que todos lso chistes son iguales, el humor está agotado. Tristeza en el mundo conocido. Desgano vital. Revueltas. Hobsbawn escribe un lñibro sobre aquello. FIN

domingo, 20 de diciembre de 2009

Feliz Domingo

Todo es tan triste hoy.
Algo debió pasar mientras dormía.

Feliz domingo para la juventud,
no para mí. No.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Celos

Bajaron del colectivo junto a un policía y a una señora con una bolsa arpillera llena de verduras, y empezaron a caminar las ocho cuadras hasta la casa. Pero era buen negocio de todos modos. El Zona Norte los dejaba en la esquina pero pasaba cada 30 minutos más o menos; el Rinconada y el Paraíso los dejaban sobre la avenida, pero no había que esperarlos tanto. Pasaban cada 10 minutos; a veces cada 15.

Caminaron los dos descangallados y como apurados. Pero no lo estaban. Iban sincronizados, sin sacarse ventajas. No iban abrazados pero cada tanto se besaban.
-¡Uhfg! Acabo de tener una pesadilla horrible- dijo ella después de un estremecimiento de la cintura para arriba.
- ¿Una pesadilla? – preguntó él -. Pero si estamos caminando... despiertos. ¿ Te dormiste?
- No. Pero tuve una pesadilla. Todos eramos zanahorias. Era horrible, a vos no te gustaban las saliduras de mis caderas y me cambiabas por una zanahoria más gordita.

Él respondió con una sonrisa. Y ella preguntó haciendo un puchero:
- ¿Me vas a cambiar por una zanahoria más gordita?
- No.- dijo con una entonación apenas interrogativa, como lo había visto hacer a los humoristas de las series norteamericanas. Como diciendo: “claro que no, ¿qué estás preguntando?, es algo torcido”.

Continuaron caminando bajo el sol de las cinco de la tarde que empezaba a dejar de molestar. Pasaron por la cancha de fútbol en donde unos cinco chicos jugaban al mete gol queda. Él estaba seguro que alguno gritaría algo. Lo que fuera, ofensivo o no. Pero nadie dijo nada.
-¡Ummm! Me pican las piernas. Las pantorillas – dijo ella rascándose torpemente sin dejar de caminar, hizo una pausa para mirarlo y preguntó entusiasmada -: ¿Será por que me están creciendo? Debe ser que pica cuando crecen. – Otra pausa -. Cuando yo era chica y me dolía el cuerpo o las rodillas me decían que era porque estaba creciendo ¿a vos te decían?
- No... creo que no.
-¡Ummm! ¡¡Cómo me picaaan!!! Me están creciendo mucho.
- ¿A pasos agigantados? ¿Acromegálicos?- preguntó, mirándola exagerando interés adrede.
- Ziii.

Un Zona Norte que estaba en la vuelta de su recorrido pasó a su lado levantando una montaña de polvo. Caminaron la cuadra final y entraron a la casa. Ella tenía la llave lógicamente. No había nadie. Sobre la mesa del living alguien había dejado ropa para planchar. Él se acercó y agarró una bombacha que se destacaba.
-¡Huumm!- dijo mientras olía la prenda blanca. Ella se la sacó de un manotazo.
- ¡Grrrrr! ¡estúpido! Encima que es de mi vieja – dijo y le sacó la lengua -A vos te gusta mi mamá. Más que yo, no te hagás el tonto.
- No, cosita, vos sos la cosita más linda del mundo.- dijo e intentó acercarse a ella mientras practicaba con las manos una suerte de pellizcos al aire. Ella empezó a pegarle con los puños cerrados y se alejó unos pasos - Nunca tendría nada con tu mamá. Sólo si fuera para procrearte. Incluso en ese caso después seguiría haciéndoselo sólo para...
- ¿Para qué?... ¿ Para qué?- interrogó ella viendo que no iba a seguir con la idea como solía hacer.
- Nada, nada.
- ¡Ugh! Odio que hagas así. Le voy a contar a mi mamá - dijo y le tiró el vaso de agua que había llenado al llegar. Él casi no reaccionó. Se quedó mirándola, imaginando que estaba pensando ahora que miraba hacia abajo con el vaso vacío en la mano. Entonces ella interrumpió sus imaginaciones y le preguntó:
- ¿Y la mamá de Guido? Dijo que sos un lindo chico.
-¿Y? No tengo interés en procrearlo a Guido. Está buena pero... ¿Y?- dijo y se encogió de hombros sin poder ocultar una sonrisa. Quería hablar en serio porque sabía que por más lindas que fueran la madre de Guido o su mamá no tenía ningún tipo de fantasía con ninguna. Pero el reírse lo desacreditaba.

Entonces ella agarró el vaso, fue hasta la pileta de la cocina, lo llenó hasta la mitad de agua y volvió a disparar.
- Sos un versero.

Él se sacó la remera, que ya le molestaba de tan mojada que estaba, se sentó en el living y encendió la tele con el control remoto. Ella se sirvió un vaso que esta vez tomó con una pastilla que sacó de una cesta de mimbre sobre la heladera.

Cambiaba de canal con habilidad. Se había acostumbrado ya a la distribución de los botones del control remoto. No había nada interesante en la tele. Las cinco y las seis de la tarde son un horario de transición en la programación, pensó, y comenzó a darse chirlitos en la panza.

Dejó por costumbre en un canal de música en donde un trío de negras cantaban un hip hop muy comercial. Sólo una era linda, las otra dos, no le llamaban la atención. La música mucho menos. Y el clip menos todavía. Casi miraba detrás del televisor, al mural con dibujos de dinosaurios del hermanito menor.
-¿Son más lindas que yo?- preguntó ella que se había puesto a su espalda.
- No.- respondió. Y era cierto, más allá que una de las negras realmente le gustaba. Cambió de canal. Otro de música. Pasaban un clip de Alanis Morissette en el que cuatro chicas viajan en un auto. Las cuatro son Alanis Morissette. Como siempre las muestran por separado, dos adelante y dos atrás, ni siquiera tuvieron que usar efectos. Al final el auto se detiene en una carretera nevada y una de las Alanis se baja a revisar el motor. Hay un plano entero del coche y uno ve que sólo había una Alanis, la que baja a revisar el motor. Pensó que en definitiva era un clip divertido.
- ¿Y ella?- en la pantalla lucía la Alanis que conducía. Después una de las que iba atrás que cantaba de un modo más loco e infantil.- ¿Y ella?
- No. Ninguna.
- ¿Y ella? ¿Y esa otra?- volvió a preguntar y cantó una línea del tema.
- No. No.

Entonces él empezó a cambiar de canal, hacia abajo, del canal 59 hacia abajo. Y en cada canal, apareciera quien apareciera repetía la pregunta y él la misma respuesta: “¿Ella?”, ” No”, “¿Y ella?” “No”. Cada vez más rápido. Apenas alcanzaban a ver lo que había en la pantalla. Fuera un partido de fútbol o apareciera un hombre o un dibujo animado ella repetía la pregunta y él la respuesta. Llegando al canal 3 sonó el teléfono.
-¿Hola?- ella atendió.- ¡Oia! ¡¿Cómo andás?!- él dejó el control remoto sobre la mesa y se le acercó. Un rectángulo de sol hacía sombras las migas de pan que habían quedado del almuerzo. En voz baja pero como si gritase dijo:
-¿Quién carajo es?

Ella siguió hablando y lo alejó con la mano.
-¿Quién carajo?- preguntó de nuevo- ¿Qui-én ca-ra-jo es?- Y empezó a moverse como un mono a su alrededor y a repetir en una especie de melodía:” ¿Quién carajo es? ¿Quién carajo es?” Bailaba como un orangután y cantaba su himno interrogativo. Ella seguía con su charla. Le contaba a quien estuviera del otro lado de la línea lo que había hecho en los últimos dos meses aproximadamente. Era un tipo, sin dudas.

Volvió a la postura del sapiens - sapiens y repitió la pregunta para sí mismo. Ya estaba desentendido de la conversación. Empezó a revisar el living-comedor, primero la biblioteca, después las fotos y los adornos sobre la repisa que separa los sillones de la mesa en donde comen. No buscaba nada nuevo en realidad, simplemente quería hacer otra cosa que no sea verla conversando con otro. No por celos; sólo por hacer otra cosa. Repasó los compacts tratando de ver si había alguno nuevo prestado. Eso era lo único que podría haberse modificado desde su última revisión del living. Ninguno nuevo, los mismos de siempre. Además no tenía deseos de poner música. Había algunas cerámicas y artesanías pero le interesan menos que nada.

Pasó a la repisa que estaba al lado del ventanal que da a la calle y revisó primero los libros, ninguno nuevo, y después los discos de vinilo. Los discos estaban, claro, todos amontonados, y era la colección que menos conocía de la casa. Aleatoriamente de tanto en tanto retiraba algunos y los observaba. Se los sabría de memoria seguramente si el equipo funcionara y se los pudiera escuchar. Intentó esta vez hacer una revisión más exhaustiva y empezó a sacarlos uno por uno desde la izquierda: Kiss, Michel Jarré, Yes, Sinatra, Aretha Franklin, Kraftwerk, Sumo, Pugliese, entre otros. Por la mitad se encontró con un estuche que no tenía el disco adentro. Lo retiró. Era un viejo disco de Mercedes Sosa. Sí, estaba sin el vinilo, pero tenía algo adentro. Golpeó el estuche del disco e hizo caer sobre su mano una bolsita con un polvo blanco.
Sí, cocaína definitivamente.

Otra cosa no podía ser. Volvió la cabeza atrás para ver si ella lo observaba, pero estaba fuera de su visión detrás de la heladera y la pared, muy concentrada en la charla telefónica. De ella seguro que no era. De sus padres sin dudas.

A pesar de que no estaba muy informado sobre el tema se daba cuenta claramente de que era una buena cantidad. Le daba lo mismo que fuera para consumo o para venta o para ambas cosas. No tenía ninguna opinión sobre lo que tenía en su mano y sobre la gente que consumía lo que tenía en su mano. Y tampoco sobre los padres de ella consumiendo lo que él tenía en su mano. O vendiendo. O ambas cosas. No le importaba. No tenía ganas de pensar y formar una opinión ahora. Pero estaba muy contento por su descubrimiento. Excitado.

Volvió a mirar que estaba haciendo ella y se preguntó si debía contarle. Supuso que sí. Acomodó cada cosa como estaba y se le acercó. Estaba feliz por lo que le acababa de pasar. Murmuró otra vez el “¿quién carajo es?”, miró el control sobre la mesa y pensó que cada objeto de la casa ya era parte de él. Sintió afecto y familiaridad por cada objeto, adorno o mueble que lo rodeaba en esa casa que no era la suya. Fue hacia el sillón más grande donde se dejó caer pesadamente, mientras ella empezaba a despedirse de su amigo. Arreglaban dedicarse más a comunicarse más seguido.

Ella también se tiró al sillón después de colgar y le besó la mejilla izquierda.
-¿Quién carajo es?- preguntó él. Ella le respondió con otro beso.
- ¿Me vas a querer siempre, siempre?- preguntó como si no lo hubiese escuchado. Le examinó la barba con los ojos y el dedo índice. Por esos días pinchaba ya. Pero a ella le gustaba como le quedaba.
- Siempre- respondió él y le mordió despacio el dedo.
- ¿Nunca me vas a dejar?
- Nunca, nunca.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

No podías leer. Te quedabas sentada con la cabeza gacha mirando el libro. Murmurabas algunas sílabas cada tanto. La maestra dejaba correr el tiempo, aunque no parecía estar esperándote. El motor del mundo se detenía y se llenaba de mierda y se herrumbraba entero. Nosotros no sabíamos nada de situaciones incómodas, de convenciones sociales o de nada, pero sí que no saber leer era grave, casi como estar muerto y ser un esqueleto ¿Cómo era eso de no poder leer? ¿De no saber? ¿Cómo era eso de tener una mancha roja pegada a la nariz y a un pómulo? ¿Cómo era eso de tener muchos hermanitos? Me hubiese gustado tener cuarenta en vez de siete años y cuidarlos a todos ustedes.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Pesar en canadá
La grulla blanca más vieja que se conoce murió a los 28 años
Esta especie se halla en peligro de extinción
Su esqueleto fue hallado a orillas de un lago
Todavía tenía el anillo identificatorio en una de las patas
Murió de vieja y posiblemente su cuerpo fue devorado por los lobos
La grulla blanca mide 1,5 metro de altura
Es el ave más grande de América del Norte
Tiene la punta de las alas negras y la cabeza roja y negra

La Gaceta, Mundo, 2 de noviembre de 2002.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Escalera con tiburones


Mientras estaba en la cama entró su mamá y con una sonrisa le dijo que lo buscaba Franco. Se levantó rápido y sintió ganas de ir al baño. La última vez que lo había visto, Franco había propuesto un juego que aceptó jugar: desnudos, se pusieron uno encima del otro, por turnos. La chica que trabajaba en la casa estaba en la otra habitación mirando la novela y sus padres trabajando. Le había gustado pero sabía que estaba mal. Esos últimos días cuando veía a sus padres y se acordaba, se sentía avergonzado y triste. Aunque había sido sólo una vez.

Pensando que tal vez Franco quería hacer eso de nuevo, decidió ir él mismo a atenderlo a la puerta, antes de que lo hicieran pasar hasta su cuarto.

Le había gustado un poco, pero Franco tenía muy feo olor a transpiración. Un olor como a jugo de empanada. Un olor que se quedaba en la garganta. A su mamá no le molestaba que se juntara con él, pero sí había hablado de ese olor “ácido”. Sus vecinos del barrio, Matías y su hermanito Sebastián, decían que era porque el padre de Franco tenía el taller mecánico y el agua de su casa salía sucia con aceite de auto y otras basuras. Estaban peleados con Franco, así que si estaba con él, no podía estar con ellos.

Una vez que habían discutido jugando a la pelota, Sebastián le gritó “Negro oloroso”, y antes de que Franco los empezara a perseguir, Matías dijo que todos sabíamos que el hermano que vivía en Buenos Aires era maricón, homosexual. Por eso, había veces que prefería estar con Franco, y no con los hermanos, que siempre hablaban mal de los otros. Él pensaba que seguramente los padres tenían mucho que ver, sino ¿cómo se había enterado Matías que el hermano de Franco que vivía en Buenos Aires era eso? Aunque tal vez fuera verdad.

Otra cosa por la que no le molestaba juntarse con Franco era porque no era tan mentiroso como sus otros amigos. Bruno, el vecino del frente, mentía todo el tiempo. Según Bruno, su papá, su abuelo y sus tíos eran los mejores y conocían todo y a todo el mundo. Y además, sus vecinos siempre maltrataban a algunas personas, sobre todo a las empleadas. A cada rato la madre de Bruno despedía una chica y tenían que buscar otra que duraba también muy poco tiempo, mientras que en su casa hacía mucho que la tenían a Dorita, y se llevaban realmente bien. Para colmo, estaba seguro que Bruno le había robado una lata de cerveza “Polar” que su tía le había traído de Venezuela y que era imposible conseguir acá. Había desaparecido de su biblioteca y la había visto en el cuarto de Bruno una vez que jugaban en su casa. Y no podía ser posible que Bruno tuviera una idéntica o que algún tío de Bruno haya viajado también a Venezuela.

No le iba a decir nada, y aunque le daba muchísima bronca y tenía ganas de decirle algo, lo mejor sería darle un poco de su propia medicina e ir y robársela. Sin decir nada de nada, porque entonces tampoco Bruno le podría decir nada.

Ariel, el vecino de la esquina, era cien veces más mentiroso que Bruno. Cada vez que subía al transporte escolar tenía una mentira nueva. Durante tres días estuvo mintiendo sobre una película de acción que había visto con el padrastro. Decía que la película duraba más de trece horas, lo que es imposible porque no entraría en una cinta y además porque no podía ser verdad, nunca había escuchado sobre nada parecido. También decía que la escalera de su casa – que era enorme y antigua como en las películas de miedo- tenía debajo una pileta con tiburones, y que bajando una palanca escondida, la escalera se corría dejando a los tiburones a la vista y al ataque.

Siempre que pensaba que sus amigos le estaban mintiendo, no les decía nada, nunca les negaba; simplemente los escuchaba en silencio guardando su opinión para adentro.

Pero también sabía que no todo lo que decían Bruno o Ariel tenía que ser mentira sí o sí. Una vez no le había creído algo a Ariel que había terminado siendo verdad. Ariel le había dicho que a los judíos les cortaban la punta del pito. Él no era judío, aunque sí su mamá, pero no su papá. Pero ¿cómo podía ser cierto? Además nadie quería a los judíos y por eso decían eso. La cosa fue que le contó a sus padres y se enteró de que era cierto, pero a él no lo habían bautizado ni hecho eso. Que no le gustara estar con Ariel o con Bruno o con Matías y Sebastián y que no le molestara mucho estar con Franco, tenía que ver también con que siempre ellos hablaban de religión y todos estaban por hacer la comunión, y que cada vez que iba a la casa de Ariel, Carola, la hermana mayor, le preguntara cuando la iba a hacer él. La abuela de Ariel, Nena, también le preguntaba si no tenía ganas de hacerla. Eso le daba mucha vergüenza y se ponía colorado y hacía rato que quería contárselo a sus padres para ver que tenía que hacer. Más vale tarde que nunca, pensaba.

También le molestaba el olor que había en la casa de Ariel. Una vez que estaban haciendo los deberes y el olor era muy fuerte, la abuela Nena contó que estaba cocinando mazamorra. Nunca había comido eso, pero seguro que el olor era ese: olor a mazamorra.




Por suerte Franco no quería jugar ese juego, nada más lo invitaba a comer sandia a la esquina, enfrente del taller. No había ningún peligro de hacer nada que no estuviera bien, y sí, claro, le encantaba la sandía.

Se sentaron en el césped de la esquina mientras veían a uno de los hermanos de Franco reparar un jeep viejo. Siempre estaba arreglándolo, pero siempre estaba quieto en el mismo lugar. Nunca lo había visto andar pero siempre intentaban arreglarlo. Franco tenía las manos y las uñas sucias.

La sandía estaba muy rica aunque un poco caliente y el sol del verano los hacía transpirar gotas de sudor que atravesaban la cara. Sus padres iban a salir a cenar esa noche, así que iban a poder alquilar alguna película para ver con los chicos como el sábado pasado. Claro que seguramente Matías y Sebastián no iban a querer ir si estaba Franco. Pero Ariel y Bruno no tendrían problemas. Podían comprar Coca y fiambre para hacer sandwiches. Franco le decía que alquilaran otra vez una de accidentes de autos, pero él estaba seguro de que a las dos que estaban en el video club ya las habían visto.
- Podemos ver la de bloopers en el fútbol- dijo, mientras miraba al hermano de Franco. Aunque no lo miraba a él realmente sino que pensaba en la película que habían visto la otra vez: “Más de 100 accidentes automovilísticos” Sí, eran más de cien, pero él tenía sólo uno en la cabeza: un auto de rally estrellándose contra los árboles de un bosque y convirtiéndose en una bola de fuego. El locutor que hablaba en la película decía que esta vez era un accidente trágico, porque el piloto había perdido la vida. Franco era mucho más grande que él, nunca podría ganarle peleando.

Cuando ya casi no quedaba sandía, el hermano de Franco se acercó y comió un poco y le dijo a su hermano que se iba a lo de la tía. Parecían llevarse bien.
-Ya vengo- le dijo Franco mientras se llevaba la sandia y los cuchillos. Pudo ver que tenía un agujero en el short verde de tela brillosa.

Pensaba que seguro Bruno no iba a estar hoy porque casi siempre se iba a lo de su abuela, cuando volvió Franco y sacó del bolsillo un bulto con almanaques con chicas desnudas. Decía que eran del hermano. Se pusieron a mirarlos mientras levantaban la vista a cada rato para ver si venía alguien. Franco le terminó regalando tres. Una de las chicas le parecía la más linda.
Mientras Franco guardaba los almanaques en un bolsillo del short, tres chicos más grandes se acercaron a ellos y le preguntaron por su hermano. Franco les dijo lo de la tía.

Los conocía a los tres al menos de vista: uno había sido alumno particular de su mamá y le decían “monito”, el otro era un poco colorado y narigón y manejaba todo el tiempo una moto y vivía cerca del barrio. Pero no le sabía el nombre. El tercero, era un chico de pelo un poco largo y negro que tenía un hermano muy parecido y que también vivía por la zona pero no sabía exactamente dónde. Era común verlos a los tres con el hermano de Franco.

Franco les dijo que su hermano seguramente ya volvería, así que los chicos grandes decidieron quedarse un rato más. Con ellos, con los más chicos. Entonces el monito habló:
- ¿Vos sos el hijo de Ana Lía?
- Sí- le respondió, con una voz fina que delataba que hacía varios minutos que no la usaba. Y a pesar de lo nervioso que estaba se sintió muy bien. El monito le había hablado.
- Ah, ¿este es el hijo de tu profesora?- le dijo el colorado de la moto al monito. -¡Heil Hitler! – agregó mirándolo y subiendo el tono de voz- ¿Vos sos judío?
Esta vez se puso mucho más nervioso y colorado y sentía la cara hirviendo y con hormigas picándole la cara. Pero pudo hablar.
-No, mi mamá es, y mi papá es católico, pero yo no soy nada. Voy a elegir cuando sea grande- dijo, y se sorprendió que le hubiera alcanzado el aire para decir esa frase larga que ya había practicado antes en la cabeza para salir de los apuros por los que siempre tenía que pasar. Y pensó que a la palabra “judío” se la decía de una forma y se la escuchaba de una forma, y esas dos formas eran la misma y no eran buenas.
-Christian, dejáte de hinchar, no ves que es un pendejo- le dijo el monito al colorado, un poco enojado y tratando de que él y Franco no se dieran cuenta.- En serio, mandále saludos a tu mamá, de parte del monito.
-Bueno.
En toda esa charla el de pelo largo no había abierto la boca. El colorado volvió a mirarlo y le dijo:
-Eh, ¿Querés que te enseñe una canción para que le cantés a tu mamá? Es muy fácil: “¡lavátela con champú, lavátela con champú!”
- No lo jodás, no lo jodás- le dijo al colorado el monito, pero ahora riéndose un poco porque la canción le resultaba graciosa. Decía que se lave la “concha”.

El colorado le caía tan mal que seguramente era la persona que más odiaba, o quizás la única. Era feo y se las había agarrado con él, y a Franco no le decía nada, y no es que deseaba que a Franco también lo molestara, sino que se sentía solo.

Por un momento el monito y el colorado, o Carlitos y Cristian, se pusieron a hablar de otra cosa. Franco y el de pelo largo estaban callados.
Él seguía sintiéndose mal y solo, y volvió a pensar en el video de accidentes. Sintió mucha tristeza por la familia del piloto de rally muerto. Si su papá fuese ese piloto muerto él se sentiría tan mal como se sentía ahora imaginándose que él era el hijo del piloto muerto.
¿Y si su papá se moría?
Siempre lo saludaba antes de que se fuera a trabajar a la hora de la siesta, antes de irse a la avenida a tomar el colectivo. Pero una vez estaba en el baño de arriba cuando escuchó que la puerta de calle se cerraba, entonces trató de apurarse y bajó corriendo la escalera sin remera y sin zapatillas, abrió la puerta, y corrió: atravesó la placita, una cuadra, otra y a lo lejos vio a su papá caminando con el portafolios, y le gritó. Cuando llegó hasta él, su papá estaba muy sorprendido. Él no estaba sorprendido, pero muy agitado y sintiéndose más tranquilo después de haberle dado el beso de despedida.




Mientras veía al monito y al colorado charlar sobre un partido de fútbol, pensó en que nunca se había sentido tan mal como ese día antes de despedirse de su papá. Nunca se había sentido tan mal hasta hoy, hasta ahora que pensaba en que qué pasaría si su papá se moría, y ahora que un chico más grande lo molestaba.

El monito hablaba de fútbol y él pensaba que era una buena oportunidad para demostrar que no era un pendejo y caerles bien, porque él sabía mucho de fútbol.
- ¿De qué equipo son hinchas?- les preguntó el monito. El monito era muy bueno con ellos. Franco dijo que de Boca y el monito y el colorado aplaudieron y lo felicitaron.
- ¿Y vos? – le preguntó el colorado- ¿De las gallinas?
- No – respondió-. De San Lorenzo.
Entonces, el chico de pelo largo que no había abierto la boca en ningún momento, sonrió y felicitándolo ¡a él! le dio un apretón de manos. Estaba contentísimo, no había muchos hinchas de San Lorenzo en Tucumán y le decía cosas al monito y al colorado como: “ven que no soy el único”, o le decía cosas a él mismo como: “qué grande, los cuervos somos los mejores”. Y todo el tiempo le sonreía. Él tampoco podía parar de sonreír cuando escuchaba esas cosas, las ganas de reír le venían de la panza, como cuando Daniel San hacía la patada de la grulla en “Karate Kid”.

El hermano de Franco seguía sin regresar, pero ahora ya no se sentía mal, sino todo lo contrario. Los tres chicos seguían hablando de otras cosas y ahora el de pelo largo participaba. Hablaban de una fiesta. Después dejaron de hablar de eso.
- ¿Sabían que a Rubén le pegaron un balazo, cuando entraron a robar a su casa?- les preguntó el colorado, mirándolos con ojos grandes. Rubén era el chico de pelo largo, hincha de San Lorenzo como él.
- ¿En serio?- preguntó Franco.
- Claro, y como le dieron en los intestinos por un tiempo va a tener que hacer la caca en un tubo. Lo tiene conectado en la panza- continuó el colorado que no paraba de molestarlos, sólo porque eran más chicos.
-Mentira- dijo Franco, pero en realidad parecía creerlo.

Él pensó: otra mentira. ¿Por qué la gente no para de mentir? Para qué si uno sabe que lo que está diciendo cuando miente, no es cierto. Si mentís que sos campeón de algo, ¿cómo te vas a sentir bien? si sabés que no es cierto, que en realidad no sos campeón de nada. Al contrario, él se sentía muy bien diciendo siempre la verdad. Los que mienten mucho tienen problemas psicológicos.
- ¿Vos tampoco me creés?- El colorado volvía a insistir con molestarlo.
- No sé- dijo, esta vez con más seguridad.
-¡Uh!, estos pendejos. Rubén mostrales.

Hasta ese momento Rubén había mantenido una pequeña sonrisa mientras el colorado hablaba. Una sonrisa que seguramente significaba “Colorado, dejá de mentirles a los chicos, no ves que uno es de San Lorenzo como yo”
- Dejá de hinchar.- le dijo Rubén con mucha tranquilidad, pero con esa pequeña sonrisa.
- ¡Dale! ¡Dale!

Entonces, después de un rato y ante la insistencia del colorado, Rubén se levantó con cuidado la remera azul con rayas horizontales blancas. Lo hizo hasta la tetilla derecha que era chica y oscura y estaba rodeada de lunares. Tenía el tronco flaco y la piel pálida, y de la parte izquierda de la panza le colgaba una especie de tubo de plástico, casi como una bolsita, y dentro se veían unos pedacitos marrón oscuro de distintas formas. El colorado sonreía.

Era todo tan extraño. Era cierto, esta vez era verdad.

En ese momento supo que tenía que decir algo, preguntarle algo. Ya había entrado en confianza con su nuevo amigo.