miércoles, 28 de abril de 2010

Charla conmigo mismo en un bar imaginario


- Cuando mi mamá estaba embarazada, mi papá le apostó a su suegra que yo iba a nacer varón. No sé qué tenía que pagar él si perdía; la cosa es que mi abuela terminó comprándole una caja de veinticuatro latas de Heineken. En esa época era una cerveza cara. Importada. Y las latas no eran de aluminio, blandas y hechas en Santa Fé como ahora. Seguramente uno podía pararse en un pie sobre ellas y resistían el peso. De todos modos, la familia tenía también otro motivo para estar conmovida por ese entonces aparte de mi futuro nacimiento. Mi tío Elías, el hermano de mi abuelo, estaba muy enfermo. En cama desde hacía días. Llamaron por eso a un doctor de la colectividad que lo revisó, lo auscultó, lo hizo toser, escupir y decir treinta y tres, le tomó la presión, le pidió análisis de sangre y análisis de orina, pero al final terminó sacando conclusiones más bien por los rumores que escuchó en esos días. Mi tío, que tenía más de cuarenta ya, llevaba varios años sin tener relaciones. El diagnóstico fue muy sincero: “Así como una planta sin agua se seca, lo mismo le pasa al varón sin sexo. Éste hombre se está secando por dentro. Necesita una mujer.”

- ¡Jajaja!

- ¡Jaj! Sí. Entonces todo el sionismo internacional se puso manos a la obra para conseguirle una mujer a mi tío. Pensaron en una tal Sara primero. Pero a pesar, o justamente no sé, de que forman parte de una tradición tan machista como para considerar que en un rezo dos mujeres equivalen a un hombre, la descartaron rápidamente. Al parecer era verdaderamente fea y gorda. O sea que por lo menos entendieron que una mujer no se reduce a una vagina nada más. Después pensaron en una tal Élida, una chica desgarbada y tímida. También la descartaron. Medio que era demasiada poca cosa y mi tío necesitaba alguien que además lo atendiera. Era bastante inútil: no sabía pelar una naranja. Después…

- ¿Vos sabés?

- ¿Pelar una naranja? ¡Claro! No de manera perfecta, pero sí. ¿Qué te pasa? Bueno… sigo. Luego a mi abuelo le hablaron de una secretaria cordobesa llamada Raquel. Todas estas mujeres de las que te cuento tendrían más de treinta o treinta y cinco años, ¿no? Entonces se armó un viaje en el que mi abuela, mi mamá y mi tía, que eran las hijas menores, acompañaron a mi tío a Córdoba. Hicieron unas cuantas salidas todos juntos a parques, plazas, clubes y bares de la colectividad, pero Raquel terminó rechazándolo. Fue muy cortés e intentó no herirlo. Le dijo que no congeniaban. Mi tío se puso peor, nuevamente cayó enfermo. No podía levantarse de la cama. Hasta que finalmente, no sé quién recordó a la coqueta hija de un rabino catamarqueño que trabajaba de gerenta en un negocio de telas allá. Como mi familia era del rubro, se planeó un viaje de negocios a Catamarca en el que mi tío simularía ser un ayudante de mi abuelo para poder cruzarse con esta mujer. Perla se llamaba. No sé cómo, pero el contacto fue exitoso. La invitaron luego a Tucumán y se la recibió con una cena fastuosa. Uno de los niños de la familia la esperó en la entrada y señalándola con el dedo le gritó varias veces “¡puta!”, pero ella se mantuvo imperturbable en su tailleur verde oscuro. Hubo nuevamente paseos por aquí y paseos por allá, hasta que al cabo de un mes y medio, en otro evento fastuoso, celebraron sagrado matrimonio. Todo perfecto: Perla era gerenta, o sea que algo sabía hacer; y era elegante y de muy buena figura, a pesar de su pasión por las porciones de selva negra.

- Final feliz.

- No sé en realidad. Al tiempo mi tío descubrió, con amargura y algo de odio, me imagino, que Perla no era muy predispuesta al sexo. Digamos que le repugnaba. Y no estoy muy seguro pero me parece que mi tío tuvo que empezar a frecuentar prostitutas.

- Si no se secaba de nuevo. Pero al menos encontró compañía.

- Claro. Tenía un latiguillo para terminar las frases: “¿Me comprende?” decía y se frotaba las manos a cada rato.

- ¿Así?

- Sí, así…pero no era esto lo que te quería contar en realidad. No era lo más importante ¿De qué te empecé hablando?

- Hummm… de la apuesta de tu papá y tu abuela creo.

- ¡Ah, cierto!... Sí. No, que me llama la atención que mi papá tuviera en el momento de la apuesta casi la misma edad que tengo yo ahora. Incluso creo que era un poco más joven. Es interesante ¿No te parece?



4/2010

3 comentarios:

Hernan dijo...

le vamo a da duro a esto





verif. de la palabra...-bueno, esta es tremenda: ploon

autor dijo...

¿a qué? ¿al seso? ¿a la ecritura? ¿a qué?

Hernan dijo...

a la escritura



verif. de la palabra - siguen tremedas: loaca